La Leyenda del Moro Hassam Hardà

El poético milagro “Dels Peixets” de Alboraya tuvo su más alto divulgador en Escolano, que en le año 1.911 relató así, poco más o menos:

En un día de primavera, que por los cómputos hechos debió corresponder al 10 de junio de 1348, el cura párroco de Alboraya, pequeño lugar inmediato a Valencia, fue requerido por varios vecinos de Almácera pueblecito habitado por moriscos, que por aquel entonces era todavía una partida de Alboraia y carecía de párroco, para llevar el viático a un judío converso llamado Hassam-Hardà, que se hallaba en peligro de muerte. 

El padre de almas estuvo pronto dispuesto para ejercer su sagrado ministerio. Se revistió de sobrepelliz y estola; del fondo del tabernáculo extrajo un coborrio- especie de arquilla con cadena que se colgaba pendiente del cuello, y que anterioridad al Concilio de Trento usaban los sacerdotes cuando tenían necesidad de administrar la comunión fuera de la iglesia-; colocó en el interior del mismo tres Formas consagradas, montó en una mula y, acompañado del sacristán y de varios devotos que se presentaron voluntariamente, tomó el camino de Almácera. 

Los términos municipales de Alboraya y Almácera se hallaban separados por el barranco de Carraixet. El puente que lo atraviesa fue construido bien entrado el siglo. En el momento histórico que comentamos, el paso de una a otra población había de hacerse necesariamente vadeando las aguas del barranco, cosa siempre molesta, y en época de lluvias, extremadamente peligrosa. 

En aquella ocasión venia el Carraixet tan crecido, con tanta violencia se deslizaban las aguas, que cuando el sacerdote portador del Viático fue a vadearlo, el ímpetu de la corriente le derribó de la cabalgadura que montaba, yendo a parar al fondo del agua, juntamente con la arquilla y las sagradas Formas. 

Escapó el cura hecho una sopa, como Dios le dio a entender, de tan apurado trance, y mohíno y contrapuesto retorno a Alboraya para dar cuenta a sus feligreses de lo sucedido, lo que obligó a aquellos a efectuar las más activas diligencias para el cobro de tan estimables prendas. 

Efecto del interés con que llevaron a cabo la empresa fue dar con la arquilla, más no así con las Formas, que por haberse abierto aquella, habían ido a parar, sin duda, al fondo del barranco. Los vecinos de Alboraya, en lugar de desanimarse, redoblaron sus esfuerzos; bordeando las orillas del Carraixet llegaron hasta su desembocadura en el mar, y en la lengua de agua donde acaba su reflujo, vieron con asombro tres grandes peces que, con las cabezas levantadas, mostraban en sus bocas las Formas que tan afanosamente venían buscando. 

Atónitos quedaron los piadosos labradores a la vista de tan portentoso milagro; postrados de hinojos adoraron a Dios, y acto seguido corrieron hacia el pueblo para dar cuenta al señor cura de lo que sucedía. Este, con sobrepelliz, estola y capa pluvial, acudió con cuanta premura le fue posible. Tan pronto como alcanzó a ver el sobrenatural espectáculo, se llegó de rodillas hasta los peces, que permanecían inmóviles, los que, alargando la cabeza, uno detrás de otro, fueron depositando su preciosa carga en un hermoso cáliz que doña Teresa Gil de Vidaurre, tercera esposa del rey D. Jaime el conquistador, había regalado a la iglesia de Alboraya. 

Una vez recibido el augusto Sacramento con la veneración y alegría que es de suponer, acompañado de sus feligreses, el sacerdote protagonista de este suceso dió la vuelta hacia el pueblo. 

Consumió las Formas en una solemne misa que celebró a continuación, y a la terminación de ésta, dio cuenta del milagroso sucedido a D. Hugo de Fenollet, el prelado que regentaba por aquel entonces la diócesis Valentina; quien, ante notario eclesiástico, mandó formar la correspondiente prueba, que confirmaron más tarde Escolano, Ballester y otros cronistas regnícolas que se inspiraron en el proceso original instruido en el año 1349.